lunes, 11 de marzo de 2024

Papaoutai

Suerte tenemos los que somos ateos por gracia divina. Si no fuera así se nos haría muy difícil, por no decir doloroso, interpretar, desde la prudencia, declaraciones como las recientes del sacerdote toledano Gabriel Calvo Zarraute. Este confesaba en una 'tertulia sacerdotal contrarrevolucionaria', que rezaba mucho para que el Papa Francisco pudiera "ir al cielo cuanto antes". Frente a lo que alguien tal vez pueda malinterpretar como coraje o franqueza cristiana, a los que cojeamos en lo de la fe religiosa pero nos apasiona el lenguaje, la expresión de ese deseo nos contagia tres cuestiones: Un cinismo falto de toda humanidad, una evidente falta de confianza en el poder de la oración y una vocación manifiesta por la rebeldía o incluso, y en aras del ascendente, por el parricidio espiritual. Cómo le habrán sentado los excesos de esta tertulia sacerdotal, tan ibérica por visceral e indecorosa, al santo padre, no es difícil de imaginar. Si ya el hecho de contemplar el mundo supone un trago amargo para quien se cree o sabe corresponsable por aquello de la génesis, echar además una ojeada a la miseria moral de una parte notoria de la congregación, sin duda debe hacer daño. Y mucho.

En la estremecedora 'Papaoutai', Stromae canta aquello de 'Todos saben cómo se hacen los bebés, pero nadie sabe cómo hacer papás', y no le falta razón. Lo de poner niñas y niños en el mundo es fácil, con todas sus limitaciones, pero lo de hacer de padre no lo es tanto, máxime cuando uno tiene que hacer las veces para más de mil millones de creyentes. Para aquellos que nacimos con Pablo VI como sumo pontífice, Francisco es ya el quinto vicario de Cristo que nos encontramos en Roma. Y no es el peor. Desde la empatía diríamos que la primera tentación de todo sucesor de Pedro debería de ser la de dejar de creer. Conocer el percal desde dentro, vivir el ensañamiento de los unos, el odio y artimañas de los otros, no puede comportar más que un cierto distanciamiento de la fe. Diríamos que cualquier papa que tenga cierta empatía y sentido de la responsabilidad se verá tentado, tarde o temprano, a poner en duda la misma esencia de aquello que representa. Y no sería tentación luciferina, sino tan sólo un acto de coherencia que haría prevalecer la honestidad por encima de la ortodoxia, con tal de asumir el compromiso que comporta el cargo con respecto a la humanidad.

Entre los muchos motivos que ha dado el Papa Francisco a santurrones e hipócritas de diversa índole para rasgarse públicamente las vestiduras, cabe destacar la elección, en 2022, de Marina Mazzucato como miembro de la Academia Pontificia. La trinchera ultracatólica (contra el globalismo antinatalista, la cristianofobia, la ideología de género o el lobby LGTB), denunció la elección irresponsable de una economista 'atea y proabortista' hablando, sin despeinarse, en nombre de los "más de mil millones de nascituri asesinados en el vientre de sus madres en todo el mundo desde 1920". Hace menos de un mes Mazzucato abordaba en el marco de la Asamblea General de la Academia el tema 'Gobernar la economía para el bien común' reivindicando la defensa de la dignidad de las personas marginadas, no solo con palabras, sino con políticas y nuevas formas de colaboración entre gobierno, empresas, trabajadores... Un chorro de aire fresco en un ambiente que, hasta la irrupción de Bergoglio, parecía pensado antes para la fermentación y cura del cabrales o el roquefort, que para ventilar las contradicciones y prejuicios de una buena parte de la curia.

A la mínima que el Papa Francisco se sienta tentado de iniciar una 'Misión: humanidad', habrá de confrontarse con la oportunidad de aplicar en su propio espacio aquello de Mazzucato que dice que "la verdadera cuestión no es si una burocracia debería existir, sino cómo convertirla en una organización dinámica impulsada por la creatividad y la experimentación". No cuesta imaginar la cara que pondría la casta sacerdotal contrarrevolucionaria de las iberias si se la confronta con esta suerte de valores, ni parece tampoco muy cercano en el tiempo el maravilloso momento en el que una organización religiosa se entregue a la voluntad del desarrollo y la innovación. Lo de Bergoglio quedará probablemente para el anecdotario vaticano, junto a otros dadivosos y anacoretas, pero no deja de infundir cierta esperanza. Más aún cuando después del nombramiento de Mazzucato el Papa elevó también a Demis Hassabis, responsable de IA de Google, al consejo de la academia pontificia.

Este movimiento traslada una cierta altura de miras, aunque en buena parte sea para evitar que "la tecnología sea la nueva religión del mundo contemporáneo". Podemos probar mediante el Chat GPT lo que la Inteligencia Artificial puede aportar al Vaticano. Veremos que ya se la pregunte por cómo salvar a la humanidad o por la existencia de Dios, la respuesta siempre es compensada y amable. La IA muestra una sensibilidad poética (en sombras y lamentos se desliza, la pena profunda que el alma siente, un eco lejano, un lamento triste, Dios yace en el recuerdo, se desliza) o incluso un sentido del humor que para sí quisiera la ortodoxia recalcitrante... A la petición de un chiste sobre un papa ateo, la inteligencia artificial propone el siguiente: "¿Porqué el Papa ateo decidió abrir una pizzería? Porque descubrió que es más fácil creer en 'la masa' que en las hostias". Pues eso. Dejemos de buscar al padre, sea santo o no, y volvamos los ojos a la madre tierra, que bastante tiene con mantenernos vivos.

domingo, 3 de marzo de 2024

Cosas del túnel

No se entiende. Mientras la inflación se come las rentas, y la sequía y el cambio climático ponen en evidencia la falta crónica de inversiones, las grandes empresas se lucran con cada nueva crisis. Es el sector del agua, donde los fondos de inversión han garantizado una rentabilidad del 10% los últimos cinco años, la energía, donde las tres grandes eléctricas españolas apuntaron el año pasado un beneficio de 7.500 millones de euros, y de manera destacada el sector financiero. Santander, BBVA, Caixabank, Sabadell y Bankinter ganaron, en 2023, más de 26.000 millones. Se dice pronto, pero son 4.000 millones más de lo que el presupuesto estatal dedicó el año pasado a industria, energía, infraestructuras y ecosistemas resilientes, o más de la mitad del presupuesto del sector público de la Generalitat de Catalunya, que atiende a una población de 8 millones de personas.

Es de locos. Hace un año el mundo de las finanzas se contagiaba de nuevo del pánico por la caída del Silicon Valley Bank y la situación calamitosa del antaño insigne Credit Suïsse, conjurando en el horizonte un nuevo rescate como el que nos costó, en 2011, la friolera de 70.000 millones. Pero hoy, un año después, los beneficios hacen saltar de nuevo todas las costuras. La situación ha llegado al punto de que, así fuentes vinculadas al BCE, el banco central se esté planteando la posibilidad de enviar psicólogos/as a los Consejos de Administración para evitar que estos se hagan los 'locos', y engañen a sus inspectores. Muy mal debe estar la cosa cuando la máxima autoridad financiera europea considera necesario desenmascarar conductas impostadas por parte de consejeros y consejeras que no estarían sino para cubrir el expediente y, de paso, llenarse los bolsillos de dinero.

Que el nivel alcanzado tiene algo enfermizo, lo delatan los propios instrumentos e indicadores con los que se ha dotado el Sistema financiero. Así el indicador de la CNN Fear & Greed Index (Índice de la codicia y del miedo) se situó recientemente en los 75 puntos, lo que traslada que el mercado de valores en los EEUU ha alcanzado la situación de 'avaricia extrema'. Que la avaricia comporte locura, no es tan evidente. Tampoco lo es que en un contexto como este, no fuera más apropiado enviar a los consejos de administración inspectores/as fiscales en vez de psicólogos/as. Lo que en ningún caso se puede descartar, es que no sean tan sólo los consejeros y consejeras, las que experimenten la locura, sino que sea el propio sistema el que padezca de una disfuncionalidad profunda que pueda acabar por ahogarlo en sus propias contradicciones, arrastrándonos de paso con él.

Por buscar una imagen, la que más se adecúa es, tal vez, la de un capitalismo que padece lo que se conoce como 'efecto túnel'. Éste se define como el estrechamiento paulatino del campo de visión que sufre un conductor al aumentar la velocidad. Comporta la pérdida del campo de visión de todo lo que ocurre alrededor, como si nos sumiéramos en el interior de un túnel oscuro. Parece plausible que sea precisamente ese efecto, el que, presa de una velocidad financiera de vértigo, no tan sólo afecte a los principales responsables de la economía, sino también al propio sistema... Y es de temer que detrás de ese túnel no nos esperarán nuestros seres queridos para abrazarnos y acogernos en el plácido seno de la eternidad, sino que la debacle y el viaje comportarán un sufrimiento extremo como el que ya padecen demasiadas personas en las guerras, miseria y dependencia que genera un sistema económico y financiero embrutecido y desbocado.

Si duda la prueba más palpable de la creciente 'locura' del sistema sea la condición mental o moral de quienes nos lideran. Ya sea en el ámbito de la política, con personajes como Trump, Milei o Johnson, o en el de la economía, con grandísimos 'expertos' en distraernos con sus excentricidades mientras diseñan el futuro de un mundo que tal vez no merezca la pena de ser vivido, lo que prima no es la imagen del equilibrio o la sabiduría, sino la bravuconería más infantil y una visceralidad que resulta patética. Tal vez la guerra, la desertización o la autodestrucción final sean la solución a la locura. Pero siempre nos quedará la duda de porqué no se sucidaron ellos, y hasta qué punto fuimos cuerdos, cuando nos dejamos arrastrar por ellos. Cosas del túnel.

domingo, 25 de febrero de 2024

Sociedad paliativa

En su análisis del funcionamiento del capitalismo Marx definía el papel ejercido por la religión, como aquella institución que aportaba a la economía la gestión del sufrimiento y buena parte del control de la clase trabajadora. Ciento ochenta años después de escribir que 'la religión es el opio del pueblo', podemos afirmar que la industria farmacéutica ha hecho superflua la intervención de la iglesia. Hoy ya no hacen falta confesionarios y epifanías, sino que el capital ejerce directamente la administración de opiáceos y demás sustancias paliativas. El informe 'EDADES' del Ministerio de Sanidad sitúa el alcance de este negocio. El año 2022, una de cada diez personas había consumido hipnosedantes en el último mes, una de cada cinco, si hablamos de mujeres de entre 55 y 64 años. Cuando sumamos a la paleta de los ansiolíticos, sedantes o relajantes, los analgésicos opiáceos (fentanilo, naloxona, oxicodona....) el drama se acentúa de manera notoria.

En el ámbito estrictamente laboral, otra encuesta (OEDA 2019-2020) sobre consumo de sustancias psicoactivas, nos muestra que el 7,3% de la población activa recurre cada mes al consumo de hipnosedantes. Son cerca de un 12% de las personas desempleadas, un 13,4% de las que trabajan a tiempo parcial, y un 14,6% de las mujeres que sufren penosidad en el trabajo. Entre las razones aducidas que explican este consumo destacan dos: el sentirse mal pagados/as (10,5%) y el experimentar inseguridad en el futuro laboral (10%). Es de temer así que también a nosotros, líderes mundiales en el consumo de benzodiacepinas, le vale lo que James Davies escribe sobre el Reino Unido en una reciente publicación. Somos "un país sedado por intervenciones psicosanitarias que (...) nos enseñan sutilmente a aceptar y soportar unas condiciones sociales y relacionales que nos perjudican y nos impiden progresar, en vez de rebelarnos y cuestionarlas".

El malestar laboral no es fruto de una epidemia de salud mental, ni tampoco la respuesta a un incremento del umbral de exigencia o permisividad por parte de las trabajadoras/es. Responde antes que nada a la pujanza de un sector y de una determinada ideología. Explotar económicamente el malestar eso es, gestionar el sufrimiento, permite disponer de asalariados/as dóciles, y comporta, de paso, un inmenso negocio farmacéutico. Es lo que en lenguaje neoliberal se llama un 'win-win'. Alcanzar este objetivo comporta unos pasos que Davies resume con acierto. En primer lugar se trata de hacer pensar a las personas que no es el sistema, sino que son ellas las que no funcionan. Después se trata de redefinir el bienestar, no como 'felicidad', sino como 'encaje' en un prototipo idealizado de persona competitiva, ambiciosa, individualista. En tercer lugar, aquellas y aquellos que expresan su insatisfacción o reivindican un cambio son estigmatizado/as y, a ser posible, medicalizados/as. Y así el sufrimiento se convierte en un magnífico nicho de mercado.

Se ha demostrado científicamente que un tratamiento psicológico sin fármacos tiene mayor potencial de sanación. Pero aún así la sanidad pública gasta siete veces más en recetas que en terapia psicológica. La sociedad anónima, unipersonal y limitada que propugna el sistema, se convierte así en sociedad del malestar. Sociedad paliativa del dolor que genera, y al mismo tiempo sociedad usufructuaria de ese sufrimiento. Pero la inmensa crisis de adicción, angustia, incertidumbre y ansiedad que se promueve es además un preciso mecanismo de control social. El modelo idealizado de trabajador es una persona adocenada, que no sabe para qué sirve su trabajo, pero que ha interiorizado que se trata de obedecer y de callar.

Cuando la patronal lanza el grito al cielo por el incremento en las bajas por incapacidad temporal, no repara en las listas de espera, ni en el instinto lucrativo de las mutuas, inversamente proporcional a su eficacia, y mucho menos en la deshumanización del trabajo. La solución, que pasa por una organización más participativa de los procesos productivos, por mayor democracia en las empresas, por más prevención y formación permanente, queda muy lejos del ideario neoliberal. Frente a esa reserva no queda sino fiscalizar el inmenso negocio farmacéutico, fomentar la psicología humanista y organizar desde el movimiento sindical un concepto de trabajo que promueva y garantice solidaridad y bienestar.

sábado, 3 de febrero de 2024

Lágrimas de piedra

No hubo premio para la activista rusa LGTB Masha Ghessen en Bremen. No al menos en su formato habitual. Si la entrega del galardón al pensamiento político que honra la memoria de la filósofa Hanna Arendt se escenifica por norma en el ayuntamiento de la ciudad hanesática, en esta ocasión se relegó a un pequeño local en el barrio de la puerta de piedra (Steintor). La 'falta' cometida por Ghessen y que mereció el distanciamiento de la fundación Heinrich Böll, patrocinadora del premio, no fue otra que la comparación, en un artículo publicado en el New Yorker, de Gaza con uno de los ghettos del nacionalsocialismo. A pesar de promover el premio Hanna Arendt la libertad de conciencia, a pesar de ser la denuncia del silencio como complicidad ("callar es un argumento difícil de rebatir") hilo conductor del pensamiento del escritor y nobel alemán que da nombre a la fundación de los verdes, no hubo margen de tolerancia para una intelectual que ha hecho profesión de fe de un pensamiento crítico que choca frontalmente con la ortodoxia y la supuesta corrección política de la intelligentsia en la república federal.

En una entrevista en 'Der Spiegel' Masha Ghessen recordaba que "bajo las condiciones actuales del debate en Alemania, Hanna Arendt jamás sería premiada con el Premio Hanna-Arendt", máxime cuando, ya en 1948, se posicionaba junto a Einstein y otros intelectuales judíos contra la actitud del 'Partido de la libertad' israelí, que situaba como "cercano a la organización, métodos, filosofía política y social de los nazis". La vocación por silenciar cualquier crítica al estado de Israel, se convierte en complicidad, cuando las decisiones del gobierno de Netanyahu atentan contra derechos humanos fundamentales. Convertir el 'holocausto' en una patente de corso que legitima cualquier atrocidad en el terreno militar y político, no redime tampoco al estado alemán, sino que lo señala. En palabras de la activista rusa "Quien haga como si el holocausto no pudiera compararse con nada, y por tanto tampoco pudiera volver a repetirse, no estará haciendo nada para impedir la catástrofe". 'La 'culpa' histórica no exhime de la responsabilidad. Tampoco a Alemania.

La situación paradójica que se ha dado con la estigmatización del pensamiento crítico de Masha Ghessen en el marco de un premio a la 'libertad de conciencia' sitúa como mínimo tres cuestiones que no hacen distinción entre las víctimas civiles que ha producido un conflicto recrudecido por el brutal ataque perpetrado por Hamas el 7 de octubre. En primer lugar está la hipótesis de que el estado de Israel está asumiendo posturas nacionalistas excluyentes y de corte totalitario. La paradoja radica en que una comunidad religiosa; perseguida, estigmatizada, aniquilada a lo largo de toda su historia, renuncia a la diáspora y a ser minoría para constituirse en estado, pero al hacerlo la víctima histórica se convierte en verdugo y acaba asumiendo un papel opresor, expoliando, hacinando y discriminando a aquellos y aquellas que pasan a ser minoría en su propio territorio.

También da que pensar el papel de Alemania cuando se arroga el derecho de juzgar en exclusiva su propia responsabilidad histórica. Baruch Spinoza, filósofo judío, eso sí, excomulgado, situó la realidad como una concatenación ineludible de sucesos, donde nada es arbitrario y manda de manera absoluta la causalidad. El asesinato programado por parte del régimen nacionalistasocialista no se redime en cuestiones como el 'subterfugio' de una 'culpa colectiva', sino que habría de ir un paso más allá. Alemania tenía que haber restituido propiedades y acoger a los descendientes de los y las extercminadas, pero prefirió asumir la solución planteada en el marco del sionismo como algo 'ineludible', sin preocuparse lo más mínimo del efecto que pudiera tener esta migración sobre los equilbrios en Palestina. La vergüenza y culpa por la Shoa no ponen fin ni legitiman el daño que sigue provocando el régimen totalitario que gobernó Alemania de 1933 a 1945.

La extrema derecha alemana al manifestarse en contra de la campaña del BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) contra Israel, los ataques de Trump a los demócratas por el conflicto en Medio Oriente, o la fascinación de Milei por el judaísmo, muestran cómo algo está cambiando en relación al antisemitismo en la extrema derecha. A pesar de ser lo 'semítico' un concepto más amplio, hasta hoy el antisemitismo de concentraba exclusivamente en los judíos. Ahora parece hacerse notar un efecto de substitución donde el odio visceral contra todo lo hebraico es substituido por una islamofobia que después del 11S vende mucho mejor. La extrema derecha se siente atraída además por la actitud desafiante, autoritaria, intolerante que muestra el gobierno de Netanyahu y empieza a ver un referente en Israel. Por otro lado el antisemitismo como arma arrojadiza da resultados inesperados a la hora de desahecerse de líderes de cariz feminista (Liz Magil, rectora de Pensilvania) o personas racializadas (Claudine Gay en Harvard).

Estas son tres paradojas de este conflicto, y que permanecen ajenas al debate. A pesar de que la destrucción de Gaza tiene el potencial de desatar una guerra mucho mayor en Oriente Próximo, se impone una doble vara de medir en función de si las víctimas son de una u otra comunidad. La preocupación principal es la de guardar la 'prosperidad' al margen del conflicto, o ese es al menos el lamentable nombre que le han puesto al intento de proteger la ruta comercial que amenazan los rebeldes hutíes en la Puerta de las Lágrimas. El 30% del tráfico de contenedores mundial que pasa por el estrecho Bab-el-Mandeb justifica ese eufemismo, y muchos más... Estamos en el territorio de las puertas falsas, porque no conducen a nada. Las puertas de los corazones inertes. Las puertas de las lágrimas de piedra.

martes, 28 de noviembre de 2023

La ley de la vaca loca

Nada es gratuito. Que el líder argentino que ha puesto de rebajas el país y quiere poner de rodillas a los trabajadores argentinos se llame ‘Milei’ tiene todo el sentido. Representa la ‘ley’ de la que se ha dotado la mayoría de la ciudadanía, pero, por los excesos que anuncia sin recato quien ha sido bautizado como ‘el loco’, la ley que acabará imponiendo será la propia, que, es de temer, irá mucho más allá de un mandato democrático. Tampoco es baladí que, junto a la imagen de ‘rockero punk’ que los medios han tratado de imprimir al candidato, se le haya querido conferir también una patina ‘ideológica’, que no pretende sino insuflarle una cierta consistencia a quien, es de presumir, tiene poco más que ofrecer que irreverencia, provocación y despropósito. Argentina persiguió hasta la extenuación el anarquismo, desde Hipólito Yrigoyen hasta la Junta Militar. Que el candidato, en breve flamante Presidente, sea presentado como ‘anarco-liberal’ o como ‘libertario’ es poco más que una paparrucha inclemente. Pase que el libertarismo pone en el centro de la filosofía política el concepto sobado, ambiguo, altisonante de ‘libertad’ y representa por tanto una patente de corso para la cohorte entera de piratas de la democracia, pero la anarquía o el liberalismo son otra cosa.

Es harto improbable que Milei vaya a dejar Argentina sin gobierno. Lo desmiente de facto que el capítulo con más medidas de su programa sea el dedicado a la ‘Seguridad Nacional’, pero también un relato que exime de toda responsabilidad a la dictadura y sitúa así su acervo político en la órbita del autoritarismo. Se verá en los próximos meses cuando enfrente las protestas de quienes se resistan a la subasta del patrimonio nacional, de los servicios básicos y de los derechos sociales y laborales. El inminente inquilino de la Quinta de Olivos ha anunciado que, con él, termina el modelo del Estado como ‘botín’. A nadie se le escapa, menos aún en el país del ‘psicoanálisis’, el lapsus que supone identificar el Estado como ‘trofeo’. Es previsible que la prioridad no sea el resarcir a la ciudadanía del expolio que ha dejado las reservas netas del Banco Central en números rojos, sino aprovechar el contexto para privatizar la televisión pública, la petrolera YPF, la red ferroviaria, las Aerolíneas, la empresa de aguas estatal o el sistema de pensiones, recuperando la gestión clientelar de una economía mil veces esquilmada y que, con cada nuevo embate ‘libertario’, no ha hecho sino alentar la concentración de la riqueza para unos y la extensión de la pobreza para la inmensa mayoría.

Es motivo recurrente de la propuesta de ‘La libertad avanza’ la optimización y achicamiento del Estado para dar rienda suelta al espíritu del emprendimiento y, con él, a la generación de riqueza que, así el credo neoliberal, es consustancial al capitalismo, una vez se libera éste del corsé y de las cadenas que habría fraguado a lo largo de la modernidad un estado castrador. Sin embargo, como ya se vio en Chile y anteriormente en Argentina, si bien el programa ‘libertario’ austral proclama las libertades de mercado, se queda muy corto cuando se trata de defender las libertades de ciudadanía y más aún cuando se trata de la ‘libertad’ de las mujeres. El libertarismo de Milei da para prohibir el aborto, la eutanasia, y al mismo tiempo defender los vientres de alquiler o la venta de órganos. La estrella del punk político argentino está dispuesto a mercantilizarlo absolutamente todo, empezando por el estado y acabando por la anatomía humana, en una operación en la que el ‘mercado’ se arroga derechos que para sí hubiera querido la santa inquisición. El proyecto neoliberal inicia así con ‘Milei’ un nuevo capítulo, contrahecho, ulcerado y patético, de una lucha iniciada 50 años atrás y que se alimenta, en el mundo entero, del agravio, la incertidumbre y el déficit en educación política.

Que en el país de las reses el rey no sea el gaucho, sino una vaca, que, así Milei, sería una ‘vaca mala’, pero que, así el temor de muchos argentinos, podría acabar por revelarse como ‘vaca loca’, tiene algo de fatalidad. Queda por ver si la reclamada ‘contención tántrica’ del inminente presidente argentino, se traducirá en un ejercicio democrático que respete las reglas y rehuya de la militarización del tan denostado estado. Algo nos dice que el peligro es, en este ámbito, evidente, máxime cuando en el programa político de ‘La libertad avanza’, se defiende armar a los maestros, revisar la edad de imputabilidad de los menores o privatizar las prisiones. Pero aún así está por ver que, a pesar de las proezas rimbombantes que se ha otorgado Milei en su mística personal, lo de su mandato político no acabe siendo poco más que un ejercicio político precoz, que no le de satisfacción a él ni a nadie más.

lunes, 20 de noviembre de 2023

Parias

La lectura de ‘Los cuarenta días de Musa Dagh’, la novela que el escritor austríaco Franz Werfel dedicó, en 1933, al genocidio armenio, supuso para no pocos judíos, un anticipo literario del horror que habrían de experimentar pocos años después. Los dos millones de víctimas de la masacre perpetrada por el imperio otomano sufrieron, como las del inminente holocausto o Shoá, la brutalidad y depravación moral de un gobierno constituido en verdugo, que ejecutaba en ellos el peor delito que puede cometer un estado contra una persona. Tanto en el caso de la población armenia como de la judía, se les negaba a estas, de la noche a la mañana, todo derecho, convirtiendo a lo que poco antes eran vecinos y paisanos, en parias a merced de la milicia primero, y del exterminio programado después. La tragedia armenia, que se desarrolló de 1915 a 1923, no se distingue por el patrón, eso es, negar de manera premeditada la condición de ciudadanía a una minoría o colectivo específico, de otros crímenes de estado que se ejecutaron en aquellos años por ejemplo en la India, EEUU o en el confín del mundo, en la Patagonia, sino que la diferencia radica tan sólo en el número de víctimas que, en las masacres de Amritsar o Tulsa, fue menor.

En el caso de la Patagonia, Osvaldo Bayer describe con maestría en ‘la Patagonia rebelde’ la movilización obrera y la represión y muerte que sembró el infausto teniente coronel Varela en el sur argentino. Aguijoneado por el miedo y la codicia de estancieros y propietarios, el ejército torturó y asesinó en 1921 a más de 500 obreros y campesinos, a lo que acusaba de ‘chilotes’ y ‘extranjeros’, negándoles cualquier derecho. La masacre fue el precedente histórico de la brutal campaña que, 55 años después, ejecutaría la dictadura de las Juntas Militares y que sigue siendo hoy un pavoroso referente de la deshumanización del poder. Desde 1976, y en el marco del eufemístico proceso de ‘reorganización nacional’, los militares torturaron, asesinaron y ‘desaparecieron’ a más de 30.000 estudiantes, militantes políticos y sindicalistas, desposeídos, en un solo instante, de todo derecho, tan sólo por la sospecha de cuestionar la autoridad. No nos consta el testimonio de los militares turcos por un genocidio por el que nunca fueron juzgados. Sí el de los nazis que fueron llevados ante el tribunal de Nuremberg, o el de los militares argentinos que comparecieron en el Palacio de Justicia de la Nación, del 22 de abril al 14 de agosto de 1985. Su soberbia, arrogancia y falta de pundonor lo recoge con todo detalle Ulises de la Orden en el reciente documental ‘El juicio’.

El testimonio de estos verdugos muestra en detalle cómo funciona la mente criminal cuando se esconde tras el uniforme, el cargo o la institución. También aquí el mecanismo con el que pretende eximirse el crimen de lesa humanidad es la supuesta ‘enajenación’ de la víctima. Cuando, como en el caso de la represión de las juntas falta el argumento de la ‘extranjería’, se recurre a la ‘alienación’ ideológica, o incluso a la necesidad de exorcizar en la sociedad la simiente del mal, en línea con la lógica de una ‘santa’ inquisición que la historia ha reeditado una y otra vez con cada cruzada nacional, proceso de depuración ideológica o limpieza étnica que se ha impuesto a la población. Pero el elemento de peso en estos casos no es la pureza e integridad de los valores. Detrás de los aspavientos y proclamas, ya fuera en Armenia, Polonia, la Patagonia o la Escuela de Mecánica de la Armada, había siempre otras intenciones de carácter más mundano. No se trataba tan sólo de tratar de despojar a las personas de toda esperanza y dignidad, sino de arrebatarles sus pertenencias y patrimonio, ya fueran caballos, tierras, pozos, ahorros, obras de arte, ropas o descendencia. Hasta qué punto la militarización de la política comporta una patente de corso para la minoría que ejerce el poder, es algo que la historia sitúa con todo detalle y que lamentablemente no hemos superado.

Lo que sucedía hace cien años en lugares tan diversos es un fenómeno que, lejos de agotarse, se ha ido repitiendo, a lo largo del último siglo, en Sudáfrica, Camboya, Ruanda y una larga lista de países de la que, por desgracia, tampoco podemos zafarnos. El terrorismo de estado, el crimen organizado contra la propia población es, también hoy, un recurso vigente que clama por disponer de organismos internacionales que ejerzan su tutela sobre aquellos y aquellos que son despojados de su ciudadanía y con ella de todos sus derechos. El reconocimiento internacional de un estado debería pasar por el reconocimiento por parte de este, de los derechos de ciudadanía del conjunto de su población, sin distinciones por razón de raza, credo o convicción política. Esta obligación no puede circunscribirse tan sólo al propio territorio, sino también a aquellos que se gestione, controle o administre en el marco de una ocupación. En esta lógica, el castigo colectivo que se ejerce en Gaza y la represión de los palestinos en Israel da continuidad a la parte más tenebrosa de la historia de la humanidad y reclama de mayor firmeza por parte de Naciones Unidas y también de una Unión Europea, cuya falta de rigor y coherencia histórica resulta luctuosa.

Artificios estadísticos

La reciente presentación del Informe del Mercado Laboral y de la Negociación Colectiva por parte de la patronal catalana Foment fue el escenario escogido para lanzar al mundo una tesis de calado sobre el efecto de la Reforma Laboral. Esta, así el texto, no habría limitado la temporalidad de la mayoría de las actividades económicas, sino que habría oculto ésta tras un manto de artificios estadísticos. La contundencia y relevancia del mensaje invita a hacer un análisis detallado de algunos de los argumentos expuestos.

En primer lugar, se plantea que la reforma laboral habría forzado a una parte de la actividad privada a utilizar contratos indefinidos para cubrir necesidades temporales o estacionales. Así, el contrato fijo discontinuo habría substituido el contrato por obra y servicio, generalizándose su uso hasta el punto de multiplicarse éste por 9, el 2022, en relación al 2021. Esto si bien puede ser cierto, lo que omite es que al ser muy reducido el número de contratos fijos discontinuos en 2021, estos en ningún caso absorbieron el incremento de la contratación indefinida, que fue muy superior. Los datos de la Seguridad Social nos dicen que, entre 2021 y 2022, el número de afiliados/as con contrato indefinido en España se incrementó en 1.836.826 personas. De estos 451.663 se corresponden con el aumento de personas con contrato fijo discontinuo, lo que supone una cuarta parte del incremento total de la afiliación indefinida. ¡Y los contratos registrados confirman esta hipótesis! Este septiembre se firmaron en España 579.061 contratos indefinidos, de los cuales 208.449 eran fijos discontinuos. En cambio, en setiembre de 2021 se firmaron tan sólo 149.989 contratos indefinidos, de los cuales 33.290 eran fijos discontinuos. Del incremento total de contratos indefinidos de un año a otro, es decir, 429.072 contratos, 175.159 se corresponderían con el aumento de contratos fijos discontinuos.

Pero que el aumento de la contratación indefinida se deba tan sólo de manera parcial al recurso creciente al contrato fijo discontinuo, tampoco debería esconder otra cuestión que Foment omite. Así, en su informe parece trasladar al contrato fijo discontinuo la responsabilidad sobre la intermitencia en el acceso al empleo por parte de las personas trabajadoras. Pero, como debería ser ya evidente, la estacionalidad viene dada por el modelo productivo y precisa de soluciones que difícilmente se pueden resolver mediante la contratación, y menos aún cuando el contrato fijo discontinuo es precisamente la solución que aporta más estabilidad. No será precisamente el tipo de contrato el que haga que, 4 de cada 5 trabajadores de temporada, dejen de tener un empleo estacional, sino la transformación de sectores como el turístico, hacia modelos que aporten más calidad del empleo y más valor añadido.

Más: otra vía por la cual el sector privado estaría utilizando los contratos indefinidos según Foment, sería mediante el abuso en el tiempo de prueba. Así, el informe de la patronal plantea que la no superación del periodo de prueba se habría multiplicado por 11 en dos años, mientras que el número de contratos indefinidos tan sólo se habría multiplicado por tres. Los datos de la Tesorería General confirman que, en el caso de los contratos indefinidos, entre septiembre de 2019, antes de la pandemia, y setiembre de 2023, ha habido un incremento de bajas por no superar el periodo de prueba que se ha multiplicado por 6 (de 457 a 2.965). Aún así los mismos datos nos revelan que ha habido también un incremento de las dimisiones o bajas voluntarias que, en el caso de los contratos indefinidos se ha multiplicado durante el mismo periodo por 3, de 3.334 a 10.139 el mes de septiembre, eso es, tres veces el número de bajas por no superar el periodo de prueba.

Como se está viendo con el incremento de la población activa y, tal y como se ha argumentado en el marco del debate sobre la supuesta ‘gran renuncia’, la reducción de la tasa de paro ha trasladado más confianza a las personas trabajadoras en sus oportunidades: tanto para buscar trabajo, como para renunciar a una relación laboral que no les garantice la suficiente calidad. Si no fuese este el caso, nos encontraríamos ante un uso discrecional del período de prueba que se habría de resolver mediante medidas de información y de control, con tal de garantizar que no se perjudique a aquellos empresarios y empresarias que respetan el marco legislativo. Y lo mismo se puede decir del incremento de las personas que han firmado más de un contrato indefinido el mismo mes, que habría afectado a 638.000 personas, según Foment, aunque este dato, como el del 70% de los contratos indefinidos que habrían durado menos de un año, se corresponda con ‘estimaciones’ de las cuales no se citan ni fuentes ni metodología.

Otro de los argumentos de Foment es que la reducción del total de contratos comporta una reducción de las oportunidades para iniciar una trayectoria laboral. Históricamente tanto la Comisión Europea como la propia OIT han llamado la atención sobre el número exagerado de contratos de trabajo que se firmaban en España. El número de contratos no define la calidad del empleo, sino que antes bien sería a la inversa: con un menor número de contratos se inducen mejores empleos. Si los contratos son más estables, mejoran la calidad de vida y la demanda agregada y permiten incrementar la productividad de las empresas con una mejor organización del trabajo y gracias a la formación y calificación permanente de las plantillas Como ha destacado el Banco de España, la reforma laboral ha tenido una influencia positiva en el consumo de las familias. Como traslada el sentido común, haber superado los cuatro millones de afiliados en Catalunya y los veinte millones a nivel estatal aporta estabilidad también para el estado del bienestar mediante el aumento de los ingresos por cotización.

Falta, si acaso, que acompañen también los sueldos y la disposición a llenar de contenido diálogo y negociación en empresas y sectores productivos. A pesar de la preocupación de la patronal catalana Foment, la reforma laboral ha supuesto un hito en la historia socioeconómica de nuestro país. Un hito porque ha desarmado la supuesta premisa de que no era posible crear más y mejor empleo. Este era el objetivo de la Estrategia de Lisboa que situó su horizonte en el año 2010. Más de una década después este objetivo se ha podido hacer realidad en nuestro país. Ahora es cuestión de concentrarse en lo que es esencial y dejar de lado aquello que es superfluo y que es poco más que un artificio estadístico.